Bora Bora está al noroeste de Tahití, en el archipiélago de las islas de Sotavento. Es un atolón en la Polinesia Francesa y tiene una extensión de 259 km. El nombre original es Pora Pora, que significa Primer nacimiento. Al imaginarlas tanto, las islas de la Polinesia no parecen reales, pero a medida que el pequeño avión que te trae desciende para tomar tierra en Bora Bora, ya se pueden distinguir esos picachos de basalto de paredes imposibles donde se prenden las blancas nubes. También se puede divisar el tapiz verde de las palmeras, como si fueran de color esmeralda; tiras brillantes de arena reluciente; y sobre todo, la laguna turquesa más hermosa de todas, rodeada por el atolón al que antes mencionaba, que es coralífero y que hace que la isla sea una joya de la corona del mar Pacífico.
El atolón que la rodea está salpicado de islotes llamados motus, y el aeropuerto está construido en uno de ellos. Al aterrizar, los pasajeros son recibidos por grupos de vahines que les cuelgan collares de flores y les dedican las palabras de saludo de las islas: Ia orana, maeva, que con el eco de los sueños más dulces. Luego hay que saltar a una lancha para recorrer la laguna. Es difícil concebir una llegada más romántica a Bora Bora.
Las aguas de Bora Bora nos muestran una intensa paleta de colores que abarca desde el verde al azul. Curiosamente, esas distintas tonalidades marcan la profundidad del agua. El tono más pálido nos indica menor profundidad. El arrecife de coral que rodea esta isla encierra enormes riquezas de flora y fauna submarina.
Los 6.000 habitantes de este paraíso son conscientes de que viven en el corazón de un verdadero edén tropical; por eso únicamente se preocupan (y se enorgullecen) de hacer que la vida del turista sea una verdadera dulzura y le procuran una inolvidable estancia. Todo es perfecto: el turista es el rey.
El atolón que la rodea está salpicado de islotes llamados motus, y el aeropuerto está construido en uno de ellos. Al aterrizar, los pasajeros son recibidos por grupos de vahines que les cuelgan collares de flores y les dedican las palabras de saludo de las islas: Ia orana, maeva, que con el eco de los sueños más dulces. Luego hay que saltar a una lancha para recorrer la laguna. Es difícil concebir una llegada más romántica a Bora Bora.
Las aguas de Bora Bora nos muestran una intensa paleta de colores que abarca desde el verde al azul. Curiosamente, esas distintas tonalidades marcan la profundidad del agua. El tono más pálido nos indica menor profundidad. El arrecife de coral que rodea esta isla encierra enormes riquezas de flora y fauna submarina.
Los 6.000 habitantes de este paraíso son conscientes de que viven en el corazón de un verdadero edén tropical; por eso únicamente se preocupan (y se enorgullecen) de hacer que la vida del turista sea una verdadera dulzura y le procuran una inolvidable estancia. Todo es perfecto: el turista es el rey.
Es visita obligada en esta isla los pueblos de Vaitape, Faanui y Anau muy alegres y coloristas, con unos fantásticos mercadillos donde se pueden adquirir diversos productos típicos como el aceite monoi para ponerse uno moreno.
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